Si queremos hablar con responsabilidad sobre la salvación, debemos comenzar hablando de Dios. No hay soteriología firme si no está anclada en la naturaleza de Aquel que salva. A veces se pretende construir toda una teología de la salvación partiendo del hombre, o del pecado, o incluso de términos técnicos complejos, pero se pasa por alto el punto de partida fundamental: el carácter de Dios.
Dios no salva porque simplemente tiene un plan. Dios salva porque Él es quien es. Su carácter no es una parte de su actuar, es el fundamento de todo. “Jehová, Jehová, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6). Ese es el Dios que se revela. Esa es la base de toda provisión, de toda promesa, de toda redención.
Cuando hablo de su carácter, me refiero a su ser en totalidad: sus atributos, su perfección, su pureza, su integridad. No se puede tomar uno solo de sus atributos para construir toda una doctrina o teología y menos si pretende ser sólida en cuanto a la Biblia. Justamente, el error de muchos sistemas teológicos es elevar un atributo por encima de los demás: algunos enfatizan al extremo la soberanía, otros hacen lo mismo con el amor, o con la justicia, y así terminan «desfigurando» al Dios de las Escrituras.
Recuerden, el Dios de la Biblia no se puede dividir en partes. Él es uno. “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4). Esta verdad no solo afirma su unicidad ontológica, sino también su indivisibilidad. Todos sus atributos se manifiestan en perfecta armonía. Nunca actúa en contradicción consigo mismo. Dios no es amor a costa de su justicia, ni justo a expensas de su misericordia. Él es íntegro. Y eso debe reflejarse en nuestra teología.
Al observar esta armonía, comprendemos que la oferta del evangelio no puede ser contradictoria con su carácter. Él llama a todos porque realmente desea que todos se salven (1 Timoteo 2:4). Él envía a su Hijo porque ama al mundo (Juan 3:16). Él juzgará justamente porque no hace acepción de personas (Romanos 2:11). Y todo esto lo hace no porque tenga que someterse a una ley superior, sino porque, simplemente, así es Él. “Fiel es Dios” (1 Corintios 1:9). “Dios es luz” (1 Juan 1:5). “Dios es amor” (1 Juan 4:8). En esas declaraciones no hay tensión. Solo unidad.
Ahora bien, hay un aspecto poco tratado pero profundamente necesario para este tema: la simplicidad divina. No me refiero a que Dios sea fácil de entender, sino a que Él es simple en su esencia, es decir, que no está compuesto de partes. No es una mezcla de amor, justicia, verdad y poder, sino que es amor justo, verdad amorosa, poder fiel, todo a la vez. No se le puede dividir. Esta doctrina ha sido sostenida desde tiempos antiguos porque protege el concepto bíblico de Dios: sin mezcla, sin contradicción, sin evolución. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8).
¿Por qué es importante abordar la soteriología desde este punto? Porque si desconectamos la salvación del carácter de Dios, corremos el riesgo de fabricarnos un dios a medida de nuestro sistema. Podemos acabar predicando a un juez frío que escoge arbitrariamente, o a un padre permisivo que no juzga, y otras malformaciones, y todas serían falsas. Solo desde el carácter íntegro de Dios podemos afirmar con seguridad que su plan de redención es justo, amoroso, santo, verdadero y digno de confianza.
Así que, Dios no salva por estrategia, salva por quien Él es. Por eso la Biblia no comienza con el hombre, sino con Dios. «En el principio creó Dios…” (Génesis 1:1). Antes de todo, está Él. Y si Él es quien dice ser, entonces la salvación que ha provisto es congruente con cada una de sus perfecciones o atributos. Desde este marco, el provisionismo, lejos de ser antropocéntrismo, es teocentrismo bíblico.
La soteriología que no nace del carácter de Dios es un sistema más. Pero la que brota de su ser eterno, esa es Palabra viva. Y esa es la que yo creo, predico y sostengo. Porque estoy convencido de que todo lo que Dios hace, lo hace conforme a su naturaleza perfecta. Y por eso, puedo decir sin temor: su provisión es verdadera, su llamado es sincero, y su gracia es suficiente. Porque así es Él.
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Muchas bendiciones.
Pastor Jonatán
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