En la frase que leemos “para que no pequéis” (hina me harmartete), hay un verbo, en tiempo aoristo, que indica acciones pecaminosas concretas más que un estado en pecado. De lo cual, ya se dijo que es imposible que un cristiano viva de tal forma en el pecado:
De inmediato, Juan pasa de ser básico a expresar en forma directa su exhortación. Pretende ser bastante práctico, aunque se enfrenta a temas profundamente doctrinales. El llamado tiene que ver con una vida consecuente entre el conocimiento y la práctica.
A continuación, les brindo un breve resumen del testimonio acerca de Cristo en todos los libros del Antiguo Testamento: En Génesis, la simiente de la mujer (3:15; Ga.3:19) En Éxodo, el cordero de la pascua (12:5:8; 1Co.5:7) En Levítico, el gran Sumo Sacerdote (21:10; He.4:14-15); En Números, la serpiente de bronce (21:4-9; Jn.3:14-16); En Deuteronomio, el gran profeta (18:15; Hch,3:22;
Juan hizo esta referencia al “principio” para dejar por sentado por lo menos cuatro cosas en cuanto a Cristo: (1) Su preexistencia: Que él es antes que todas las cosas. (2) Su eternidad: Que él existe en sí mismo, sin principio ni fin. (3) Su poderío: Que él creó todas las cosas. (4) Su gloria y majestad: Que él comparte el trono eterno con el Padre.
La primera epístola de Juan es una de las pocas en donde el autor mismo comunica sus objetivos de una manera tan específica. Por esto podemos resumir el propósito de Juan en estos 5 puntos claves:
Sabemos muy bien que antes de presentarse como el Mesías victorioso y glorificado, Jesús se presentó al mundo como el cordero sufriente de Dios. Así que, él nos imparte ambas cosas: su victoria y sus padecimientos. Ambas cosas deben ser recibidas y valoradas por igual.
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